El día en que el sol se apagó en el cielo

Este texto ha sido tomado del libro “Leyendas de nuestra América”, una reunión de leyendas de distintos países latinoamericanos recopiladas por la doctora Ute Bergdolt de Walschburger.

Sobre la leyenda
El día en que el sol se apagó en el cielo es una leyenda colombiana de origen prehispánico, en la que se nos cuenta la historia de cómo fue que el pueblo de los muiscas pasó por un terrible episodio en el que el sol se apagó debido las acciones de los malos espíritus, y cómo hicieron para lograr encender nuevamente el fuego. Además se nos narra el curioso origen de los cóndores y el porqué de su apariencia física.

La leyenda

Los gobernantes muiscas eran enemigos de todo lo malo. Siempre habían respetado los consejos del gran Bochica, que había vivido entre ellos y les había enseñado a manejar las tierras que les dio para vivir.

«Yo les ayudaré mientras sean laboriosos y honestos», les prometió antes de despedirse; y así fue. Tan pronto como sembraban la semilla, él dejaba caer la lluvia en abundancia, para que creciera, y luego hacía salir el Sol para que calentara los días y pudieran recoger la cosecha. Y las cosechas eran copiosas. Los hombres llevaban las mazorcas de maíz y las papas hasta los altares, para que Bochica viera cuán agradecidos estaban.

La gente vivía en paz; parecía que la maldad había desaparecido, mas no era cierto, sólo se había escondido; estaba oculta en las grietas oscuras y en los abismos de las montañas; le tenía miedo a la luz del día —A la luz del Sol—, a ese Sol que Bochica, el todopoderoso, había colocado en el cielo para que alumbrara y calentara.

Una noche los espíritus de la envidia, de la discordia, de la furia y de la infidelidad resolvieron reunirse. En ese entonces aún no se atrevían a mostrar la cara de día, y se preguntaban: «¿Por qué será que los hombres no pelean? ¿Por qué no se matan? ¿Por qué estarán tan contentos? ¡Trabajan todo el día! ¡Bregan con la tierra para sacar de ella su alimento! Le dan gracias a un dios que nunca han visto. ¿Qué le agradecen, si están cosechando los frutos de su propio esfuerzo? ¿Por qué bailan y cantan? ¡No hay nada que nosotros podamos hacer en sus pueblos! ¡Esta paz no puede continuar!».

Y después agregaron:

«Tenemos que hablar con los gigantes de las montañas. Llevan dormidos mucho tiempo debajo de los Andes, y ya es hora de que se hagan sentir».

Fue así como los espíritus del mal comenzaron a cavar debajo de la tierra para llegar a las cuevas donde los gigantes se encontraban dormidos, hasta que, después de largas jornadas de trabajo, los encontraron.

Tuvieron que darles varias sacudidas, pero al fin lograron despertarlos. «¡Qué bueno!», comentaban; «cada vez que los gigantes se mueven, todo tiembla a su alrededor Las casas de los hombres se derrumbarán, y éstos ya no alabarán al gran Bochica. Pronto se darán cuenta que nosotros somos más poderosos que ellos».

Pero los gigantes no tenían ganas de moverse. Algunos ya les habían vuelto la espalda a los espíritus y roncaban de nuevo. «Despierten», les decían éstos, «a ustedes ya nadie los conoce ni los respeta. Los hombres los han olvidado y se ríen de ustedes».

«Las palabras no los despertarán», dijo uno de los espíritus del mal. «Hay que traerles algo muy rico de comer, y así escucharán».

Mientras unos prendían fuego, otros fueron a traer carne y maíz. «¿Qué es esto?», exclamaron los gigantes, despertándose con el olor de la comida. Y se sentaron a comer. ¡Cómo tragaban! Lomos enteros de carne y enormes arepas desaparecían en minutos. Cuando terminaron, recordaron las palabras de los espíritus, y bramaron: «¡Para trabajar necesitamos algo de beber! Tenemos sed».

Entonces los espíritus del mal les hicieron llegar olladas llenas de chicha, que los gigantes bebieron a grandes sorbos.

«¡No les den más!», gritó uno de los espíritus, «pues se volverán s dormir con tanto trago». Pero no se durmieron. Al poco tiempo, uno de los gigantes exclamó:

«¿Qué quieren que hagamos? nos han dado de comer y beber, y queremos agradecérselo».

«Queremos que nos demuestren su poder» contestaron los espíritus.

«Estamos ansiosos de que los hombres vuelvan a recordarlos. ¡Háganlos temblar! ¡Abran este cerro del Tolima sobre el cual estamos parados y dejen salir el fuego!»

«Aquine, aquine… así será», gritaron los gigantes, levantando las primeras rocas, y lanzándolas en todas direcciones. Al instante se abrieron los canales de fuego. Los chorros de lava comenzaron a ascender hacia el cielo, y la tierra se estremeció. Los gigantes saltaban de alegría, y los espíritus del mal no estaban menos contentos. La paz y el sosiego habían terminado para los hombres, y sobre la Tierra reinaban el desorden y la miseria.

Pero el ruin trabajo de los gigantes no sólo había conmovido a los habitantes de los valles y de las sabanas cerca del Tolima, sino también a los guardianes celestiales, que miraban con asombro hacia la Tierra. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué ardía la punta de aquella montaña? ¿Por qué huían los hombres aterrorizados? ¿Quién estaba causando los terribles temblores que sacudían la tierra?

Mientras los guardianes celestiales se hacían estas preguntas, olvidaron su tarea principal: cuidar el fuego que mantenía la luz del Sol. Dejaron apagar las llamas que aclaraban el cielo y la Tierra, aumentando así el terror que sentían los hombres.

Los indígenas estaban convencidos de que había llegado el fin del mundo. Bochica, mientras tanto, mandaba relámpagos y truenos para asustar a los malhechores, pero, de repente se dio cuenta de que empezaba a oscurecer en pleno día. El fuego del Sol se estaba apagando. «¿Dónde estarán los guardianes?», se preguntaba desesperado.

Como nadie respondía, él mismo corrió a echarle carbón de palo al fuego para avivarlo, y llamó a los vientos para que volvieran a atizar la braza. Estaba furioso y no permitía que nadie se acercara a ayudarle.

Al fin logró que las llamas volvieran a iluminar. El Sol resplandecía de nuevo y los hombres de la Tierra vieron renacer sus esperanzas.

Después de esta ardua labor, Bochica quedó exhausto. La barba y el pelo se le habían chamuscado por haberse acercado demasiado a las llamas. La piel le ardía terriblemente. Iracundo, llamó a los guardianes y les dijo: «Los expulsaré del cielo por no haber cumplido sus obligaciones. Ahora tendrán la tarea de vigilar el fuego del Sol desde la Tierra, y espero que esta calamidad no se vuelva a repetir. Pero para que no olviden lo que les he mandado a hacer, les daré un cuerpo de pájaro con una cabeza roja y pelada, así como la tengo yo después de haber atizado el fuego».

Fue así como Bochica creó a los cóndores, esas aves de majestuosas alas, que en el momento en que fueron expulsados del cielo empezaron a dar vueltas debajo de las nubes, cumpliendo así los deseos del dios. Sólo sus polluelos dan una idea de cuán bellos eran antes de la maldición. Nacen con un plumaje blanco y sedoso que les cubre todo el cuerpo, y que, temporalmente, les hace recordar la vestimenta blanca que sus antepasados llevaban cuando vigilaban el fuego del Sol desde el cielo.

Bochica, después de haber impuesto nuevamente el orden en el cielo y habiendo contratado a otros guardianes para que cuidaran el fuego del Sol, se ocupó del desorden que aún reinaba en la Tierra. Había que apagar ese nefasto fuego que todavía brotaba de las entrañas del volcán del Tolima, así que empezó a regar ceniza blanca del cielo para extinguirlo.

La ceniza cayó sobre los volcanes del Tolima, el Ruiz y Santa Isabel, formando sobre ellos una capa blanca que todavía tienen. En las mañanas despejadas a veces se puede ver.

Cuando los gigantes y los espíritus del mal vieron que el dios mismo se ocupaba de imponer orden y tranquilidad sobre la Tierra, se volvieron a esconder, atemorizados, en lo más profundo de las montañas.

Bochica les contó a los hombres cuáles habían sido las razones del desastre, y ellos volvieron a creer en la bondad de su señor y le pidieron que mantuviera siempre dormidos a los gigantes y alejados de sus tierras a los espíritus del mal.

Durante muchos siglos Bochica así lo hizo. Sin embargo, parece que en nuestros tiempos los espíritus del mal nuevamente han comenzado a obrar tratando de despertar a los gigantes en las profundidades de las montañas.

-Leyenda popular colombiana-


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